sábado, 8 de agosto de 2009

Palabra de Dios....

Te alabamos, Señor. Eso es lo que hay que responder, ostras!!

Es que acabo de estar en una boda. Bonita boda, por cierto. Cuando hay ilusión, calidez, en un pueblo tan bonito y una modesta iglesia, recién reformada, con todo el encanto que ha tenido siempre, y mucha más luz entrando por los ojos, na puede haber nada feo.

Pero no pensaba hablar de la boda, ni de los novios, que son encantadores, no. Hay un fenómeno que se va repitiendo con el paso de los meses, y me pone muy nerviosa, y deconcertada: la gente no sabe comportarse dentro de un recinto sagrado, o en una ceremonia. Se puede No ser creyente. Se puede NO ser practicante. Se puede haber olvidado las oraciones, la plegarias, las respuestas o el desarrollo de una misa. Pero NUNCA debe olvidarse del respeto, o de la compostura. Aunque no se comparta la fe, para los creyentes, aquello es un lugar de culto, se está oficiando, y hay que guardar silencio, y dejar que el acto se desarrolle en condiciones.

Empiezo a estar harta de las conversaciones en voz alta, murmullos constantes que no dejan oír, si es que en algún momento me interesase, lo que dicen los participantes. Las palabras que se usan en misas, discursos, o lecturas en público, han sido seleccionandas, o aceptadas, o cuidadosamente preparadas por los novios, el sacerdote o el orador del momento. No tenemos porqué boicotear su esfuerzo en un lugar al que vamos como invitados. Ni que sea una iglesia, ni un museo, ni una conferencia.

Estoy harta de que en las programaciones culturales de ayuntamientos o instituciones varias, acuda gente a ciertos actos sólo porque son gratuitos, pero no respetan al resto de asistentes al mismo. Dos jubilados que se dedican a charlar durante la actuación, y sólo se callan el momento de los aplausos, dos señoras dándose golpes con el abanico en el pecho, misntras desenvuelven ruidosamente un caramelo para la tos, que ahora no la tienen, pero aparecerá justo en la siguiente pieza, tras zamparse suculentamente el caramelo. Con salivación y sorbeteos varios, que sólo cesan ...cuando toca aplaudir, cómo no.

Me molesta que en hospitales, centros de salud públicos, la gente grite, alborote y levante la voz por los pasillos o habitaciones, convirtiendo un lugar de convalencencia y reposo en una versión de la plaza de su pueblo , pero con olor a desinfectante, en lugar de a geranio.

No respetamos la palabra, ni respetamos el silencio. Ni las notas, ni las pausas. No respetamos la cultura, la creación, las mínimas normas de cortesía tanto auditiva como lúdica. Los niños se cansan en museos, iglesias y conferencias. O hemos conseguido que disfruten, toleren o se resignen ante las esperas y silencios, o nos sacrificamos nosotros para atenderlos a ellos fuera del recinto. No hay más.

Nunca pasa en los hospitales de pago, en los conciertos de pago, en los despachos de los bancos. Tampoco lo haríamos nunca jamás en un templo de un país remoto, por muy absurdo que nos pareciera lo que estábamos presenciando. En una mezquita, nos cubrimos y nos descalzamos. En casa, nos lo pasamos todo por el forro del vestido de gala que nos hemos comprado para la ocasión.
Y la plaga se está propagando... cada vez más episodios de charlas por el móvil sin mesura en el volumen de la voz, dentro de cines o teatros, en las mencionadas iglesias. Cada vez más alboroto en las salas de espera, cada vez menos paciencia ni tolerancia, ni condescendencia.


¿Tendrá que ver el dinero, el coste para darle valor a las palabras y actos? ¿debe la Cultura perder su accesibilidad para filtrar el respeto que se merece su disfrute?

¿Soy la única que lo ha notado o es que en Elsinore somos un poco raros?

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