
A los trece quería estudiar biología. Era lo que más me gustaba y lo que mejor me sabía. Y la anatomía del cuerpo humano. Aunque tras ler una noticia acerca de la primera mujer que se hizo forense en España, mis inquietudes científico-detectivescas agitaron las dudas. Entre conocer e investigar en la Naturaleza, o conocer e investigar crímenes, enfermedades incógnitas, o desmenuzar las evidencias de la muerte hasta más allá de la vida, la decisión era difícil.
Mientras, se me murió Félix, uno de mis ídolos, aunque no supe que lo era hasta que asumí su trágica muerte. Ya no tenía doce años, pero tampoco había decidido claramente mi futuro. Años después, entre Biológicas, Veterinaria y otras ramas cientifico sanitarias, tomé la decisión que me pareció oportuna.
Algo hay de Soberbia, de Pecado Original en ese empecinamiento que tenemos algun@s human@s por saber hasta el final qué hay detrás de todo. Bien sea sobre el comportamiento humano, como las diferencias o semejanzas culturales, o sociales, o anatómicas, bien sea un problemilla de células, como seguir las pietas de un asesino, la cosa es el morbo de conocer lo oculto, y a poder ser, antes que nadie, y mejor que nadie. Incluso no hacer nada con ello. Sólo la satisfacción de saberlo. Es la condición del Hombre, no conformarse con la Ignorancia. Cargar con un peso que no necesita asumir, pero cuyo control nos da una falsa sensación de seguridad.
No me apetece discernir ahora si es mejor saber o no saber, ya me dio bastante murga lo de ser o no ser, como para meterme en berenjenales metafísicos a la hora de la siesta. Todo llegará, y sobre la Verdad y el vivir en el Limbo, se ha escrito mucho. Otro día me pongo a ello. Pero hoy, la reflexión va por la curiosidad, por la ciencia, por la Naturaleza, y por la chavalilla de doce o trece años que quiso hacerse bióloga.
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