jueves, 18 de junio de 2009

Mi abuelo Mariano

Como suele pasar muchas veces, no tuve mucho tiempo para conocer a mi abuelo. Cuando él murió, yo tenía trece años, y no supe cómo encajar ese acontecimiento. Llevaba tiempo enfermo, achacoso. Era mayor, muy "abuelo", a pesar de que no pasó de los ochenta. Delgado, calvo, desdentado, con una mandíbula y barbilla muy marcadas, y la voz gastada. Y boina cuando salía a la calle, claro.

Nos veíamos sólo en vacaciones, pero no paraba mucho en la casa: aún llevaba el huerto, uno de los mejores del pueblo, siempre habían dicho que tenía muy buena mano. Desde la perspectiva de la nieta, era un hombre tranquilo y afable, con mirada bondadosa. Paciente y encantado de que fuera a darle la tabarra... Le he visto, desde que tengo memoria, en todas sus rutinas diarias: lavándose en la jofaina, en su habitación (hasta mis siete años no hubo agua corriente), afeitándose con la cuchilla (bol con brocha, barra de jabón, toalla al hombro), estirándose la piel de la cara para pulir los difíciles contornos de su rostro, frunciendo los labios y moviendo la boca hacia un lado y a otro, para estirar la escasa carne de la mejillas....Le he visto viniendo de la faja con los mejores melones, tomates, pepinos...

Lo mejor era el momento del cigarrito: no recuerdo de dónde sacaba el tabaco, pero sí recuerdo verle extender el pellizco sobre el papel extendido, y enseguida formar un lecho cóncavo que con un hábil movimiento de sus dedos, se cerraba en redondo, y acababa entre sus labios apretados. La ceremonia proseguía con la cajade cerillas, y mis ojos de niña (seis o siete años) observaban fascinados cómo prendía el extremo el cigarro, y cómo enrojecía la brasa con cada calada. Después, los hilillos de humo que ascendian solos o mi abuelo exhalaba, me provocaban para intentar atraparlos. No podía entender cómo aquello tan visible era imposible de conservar en el hueco de las manos. Más escurridiza era el agua, y era capaz de retenerla.
Él se reía, y colaboraba con la causa, expulsando el humo como yo le pedía ("más rápido, ahora sácalo despacio"), para reír satisfecho con mis vanos intentos de apresar lo inmaterial.

Nota mental: a tan tierna edad ya venía yo marcando, por una parte, cierta tozudez; por otra, afán científico empírico, y por una tercera, esa afición por conseguir aprehender cosaas intangibles.... Si es que , de algún sitio tenía que venir esto....

También recuerdo el momento final de la jornada, cuando llegaba con la mula (sí, teníamos una mula , no un "moticultor"), y desmontaba los aparejos, y se la llevaba al río para abrevar. Era mi ocasión!!! Subir encima del lomo, y pasearme agarrada de donde me decían, balanceada por los movimientos odulantes del animal al caminar, sentir el pelo de la crin entre mis dedoos, el roce del pelaje con mis piernas, por donde se quedaba en parte al descubierto... hasta que llegábamos a la orilla del río, y la mula agachaba la cabeza para beber. Entonces,el abueloMariano me bajaba al suelo, para que no me cayera hacia delante por el cuello gacho, cosa que yo no creía necesaria, pero no me daba tiempo a discutir sus órdenes. Aveces me había vuelto a montar para volver. Otras, ya no.

Hay muchas cosas que no supe de él, en parte porque no se hablaban. Y en parte porque a ciertas edades, no se te ocurre que vas a querer saber treinta años más tarde. Aún resuena en mis oídos su voz cascada de anciano rezongando por lo bajo... "Ah! lorito, lorito...", cada vez que hablaba Franco desde el televisor... Y a la abuela Fina mandándole callar... "Marianooooooo..."

Cuando murió el abuelo, no tenía ganas de llorar, estaba impresionada al ver a mis familiares afectados de una manera tan extraña para mí. Intentaba poner cara de ciscunstancias, y estar seria, pero el esfuerzo por aparentar solemnidad fracasó cuando al salir a la calle,un chaval del pueblo me dio el pésame. Un zagal de mi edad o un año menos. Intenté responderle seria, pero me superaron las ciscunstancias y se lo agradecí casi riendo... Debió de pensar que estaba loca.

El abuelo Mariano tenía los ojos verdosos, dicen.Yo no recuerdo el color, pero sí la profundidad que siempre me transmitió su mirada.

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