lunes, 11 de octubre de 2010

Infidelidades

De nuevo la televisión. No suelo usar el aparato éste, el que emite imágenes y sonidos, cuyo repertorio cada día es más repetitivo y aburrido. Pero como he descubierto alguna que otra cosa interesante en La 2, y en la programación matinal, he vuelto a ser quasi espectadora. Aprenderé a desertar en ciertas franjas horarias, en las que incluso los matinales más prestigiosos incluyen debates sobre la actualidad del famoseo.

Qué triste hacerse famos@ hoy en día!. No sólo es que te reconozcan y no te dejen comer ni hacer la sobremesa tranquilo en un restaurantito escondido y discreto. Es que cualquier hijo de vecino (por no decir hijo de puta, que suena más feo y parece que quiera imitar a Pérez Reverte en su columna dominical) se pone a desvelar tus intimidades más recónditas o vergonzosas sin recato. Y nadie le desprecia ni llama indecente, maleducado, poca vergüenza... al revés, todo son oídos para poder ir a preguntar al famoso involucrado, si es cierto que es homosexual y tuvo pareja masculina dos años antes de hacerse novio de (nada menos) la Duquesa de Alba, o si es verdad que hizo un trío en su fiesta de bodas con una famosa madame (que nunca lo ha sido, claro, sólo tuvo una agencia de modelos, ejem). Esto se aborda ya no en la intimidad de una conversación entre amigos sólidos, ni en el salón de casa, ni en una mesa tranquila de un café, en plan trascendente, no: se espeta micrófono en mano, en una presentación de un libro, o fiesta, en el llamado ahora fotocol (photo-call) , que queda muy col (cool), y cuando se habla en plural se les llama fotocoles. En serio.
Y no contentos con repetir la ignominiosa hazaña de preguntar semejantes cosas a alguien al que ni siquiera te han presentado, se permiten (y son contratados para) airear sus conclusiones personales al respecto, repitiendo una y otra vez, haciendo cierto a oídos del público, aquello que nadie en su sano juicio iría confesando ni a sus allegados más cercanos.

Cierto que no hay que ser hipócritas. Tod@s tenemos pequeños vicios privados, tendencias, deseos, fantasías o prácticas en el más estricto ámbito de la intimidad, que son respetables, y que forman parte de la libertad de cada uno. Si al vecino del 5º le gusta ponerse la lencería de su esposa, o la maestra de parvulitos guarda un látigo y unas esposas en la mesilla, es cosa suya. No entiendo qué interés tiene imaginárselos en acción. Ni a ellos, ni a los ricos, famosos o aristócratas. A no ser que cometan un delito, como el anterior Duque de feria, de pederastia, y acabe evidenciándos públicamente.

Y las infidelidades de una pareja, si ya son dolorosas cuando sólo lo saben ellos, deben resultar trágicas cuando además, se amplifican y multiplican sus efectos de tertulia en tertulia (antes se le llamaba cotilleo, ahora tertulia...). Una infidelidad física, puede doler, pero la pareja tal vez decida retomar su relación, hablar y fortalecerse de otra forma. Pero una vez que eres la comidilla del país, entran en juego otros factores. Y encima, personajes que no saben nada de tí, juzgan tus decisiones, y condicionan tu vida (a no ser que tengas MUY claras tus prioridades y tu fortaleza).

Triste sociedad la que se deja inocular estas actitudes sin protestar, ni generar anticuerpos o inmunidad. Volvemos al provincianismo moral, la decrepitud intelectual, Me pongo decimonónica y carpetovetónica. Me cabreo, no me gusta. Dan asco. Y encima cobran. Aaarghh!

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