lunes, 21 de junio de 2010

Siempre acabamos llegando a donde nos esperan (2)


Dos años y medio. La emoción me palpitaba por dentro, como el corazón desbocado cuando de niño te levantas el Día de Reyes a ver qué te han dejado, y corres por el pasillo, con el sueño desprendiéndose a jirones. Dos años y medio que parecían dos días. Algunas novedades , algún recuerdo distorsionado. Pero las piedras del pavimento me marcaban el camino.

Un Camino que no he recorrido aún con el espíritu de peregrina, pero cuyo trasfondo alienta en mí igualmente. Sin haber comido, y ya empieza a ser tarde, mis pasos van hacia el trayecto conocido. Lo primero, a por la descarga esspiritual, a por el abrazo. Doy un par de vueltas porque han modificado puertas de acceso, se han trazado dos recorridos distintos por el interior. Pero al fin, en cuentro la cola, este año habrá que hacer cola para todo. No hay mucha gente, y aunque la hubiera, para eso he venido. Algún sacrificio debo hacer, algún mérito. Así que nada de comer ni hacer fotos hasta cumplir con la visita.

Se desmerece un poco el acercamiento en grupo, algo aborregados, en fila india, abrazo rápido y casi mecánico, y poco recogimiento ante los restos y la estrella suspendida. La estrella que nos guía. Ahora ya no existe el factor sorpresa de la primera vez, pero la comunión espiritual es la misma. El ánimo no. ¡Qué distinto acercamiento! Qué alma llena y lozana saluda al Santo esta vez.

Y las calles. Una y otra vez, cada día, todos los días. Como un imán, una atracción inexcusable, me veo impulsada a vagar todos los días por los porches, las plazas sombrías, los tenderetes, las iglesias, los pazos. Como dos viejos amantes que se reencuentran después del tiempo, y se extasían en reconocerse, mis pasos recorren lentamente sus contornos, resiguen los recodos como con la punta de mis dedos dibujo el perfil de mi amado al contraluz. Y al igual que a un delicado y apasionado amante, al que no puedo dejar de besar y abrazar entre las sábanas, tampoco soy capaz de separarme de este cuerpo, esta piel gastada y acogedora, que son las calles empedradas del casco antiguo de Santiago.

Este año, el espíritu peregrino se manifiesta ya sin recato, el instinto comercial se confunde con el gentío variopinto que exhibe sus señas de identidad. Bien sean andarindes, ciclistas, turistas urbanos, devotos en grupos de diversas procedencias... Semejante mezcla no llega a contaminarse nunca por las modas: el mercantilismo turístico de la ciudad es proporcionado, es necesario, simpático, suficiente y apropiado. Los músicos callejeros son lo bastante buenos como para agradecer que los haya. Los aires de ciudad medieval permanecen en estas manifestaciones: posadas, restaurantes, música y vendedores. Y peregrinos. Historias añejas de aventura y fe que perdura por los siglos de los siglos.

El alma henchida de gozo, como en un poema místico, regresa limpia y reposada. Hasta dentro de dos años, tal vez.

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