sábado, 27 de febrero de 2010

Miguel Hernández


¡Qué bonito y rotundo suena este nombre! ¡Qué sensación de estabilidad y plenitud me transmiten la M y la H, tan cuadradas ellas, tan anchas, tan bien ancladas con sus patas en el papel!

¿Qué opinaría el poeta, el sensato, el profundamente humano Miguel Hernández si pudiera leer lo que he escrito de su nombre? Un poeta clásico en las formas, que no se dedicó en público a jugar con lo onírico del lenguaje como herramienta, sino que se aferraba a su aprendizaje con los clásicos, para cargar de sensibilidad personal y social cada una de sus palabras.
Pinceladas azules en las sombras más cerradas, y penumbras bajo la luz del sol. Luces y sombras, como en el espíritu de este humilde blog que pretende hablar de una manera más o menos seria de Miguel Hernández. Nada menos.

Hay poetas, hay artistas, que se descubren o entienden en la madurez, y cuyo virtuosismo o calidad, o maestría, o genialidad, nos provocan el entusiasmo justo y necesario (que puede ser mucho o desmedido). Pero hay poetas, hay artistas, que se descubren en plena adolescencia, en el Descubrimiento del Mundo adulto, apenas tiñendo de solidez las ideas, el intelecto. ¿Qué hacer con ellos el resto de la vida, si cada cosa que se disfruta o se descubre de ellos lleva inevitablemente adherida una connotación sentimental que nos araña el corazón? (como diría Sabina).

¿Qué hago yo, Hamlet de Dinamarca, creado por un genio inglés, adoptado en la adolescencia de los 80, con ése otro hallazgo simultáneo en el tiempo, que ni tiene que ver, ni falta que le hace? Este año se cumplirán 100 desde su nacimiento en Orihuela, el 30 de Octubre. Echo la vista atrás en estos 100 años que no he vivido, y compruebo tristemente que hemos estado sin él casi 70. Cien años de soledad, convulsos y fructíferos, en los que el mundo conocido se ha transformado hasta no poder reconocer ni una mueca de sí mismo. Cien años de nostalgia por lo que no vi, por las personas que no conocí, por las voces que no escuché. Pero que están vivas.

La voz de Miguel Hernández retumba en mi corazón, ya terciopelo ajado cuando llora, pero que palpita con fuerza, con la ilusión que me llega de una generación pasada, esperanzada y ávida de saber, de despertar. Miguel, Ramón (Acín), y la generación pre-guerras. Todo se mueve, todo se agita, todo brilla, aunque Miguel tuviera a veces una tristeza, una pena, un llanto de cebolla cerrada y pobre. La voz del pobre, cuando se eleva, cuando crea (cuando cree), es totalmente humana y viva. Es esencial, es como un viento del pueblo que lleva, que arrastra, que esparce el corazón y aventa las gargantas.

Hace dos meses escribí sobre mi abuela, en su centenario, precisamente. Creo que mi abuela ni conoció ni leyó la obra de Miguel Hernández, pero están muy cerca el uno del otro. Y yo, con los ojos muy abiertos, adolescente sin resolución, enmedio de sus miradas, aprendiendo, aprendiendo.

http://www.miguelhernandezvirtual.com/xml/


1 comentario:

  1. El retrato a carbón o lápiz se lo hizo en la cárcel Antonio Buero Vallejo.
    En la última imagen, está con su mujer,Josefina Manresa. Que se llama, precisamente, como mi abuela.:-)

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