sábado, 16 de julio de 2011

Una valla blanca y azul....

A lo largo de la valla se alineaban las mesas del restaurante. El viento se empeñaba en arrancar el mantel de papel, agarrado a las esquinas de cada mesa mediante un improvisado nudo que los dueños del chiringuito apañaban en un gesto rápido y preciso.
Por encima de la línea de los toscos maderos, pintados alternativamente en blanco y azul playero, entre grietas y desconchones, se podía contemplar parte de la arena de la playa, y la franja de mar que alcanzaba hasta la línea del horizonte.
Entre las olas se deslizaba rápidamente un surfista en su tabla a vela, y limpiamente voló hasta la playa, saliendo de la línea del agua de un tirón.
Palomas volando raso alternaban con las habituales gaviotas, éstas en desventaja numérica, denotando la ubicación urbana de la playa.

Mi mirada se perdía mucho más allá de lo que veía con los ojos, mucho más allá de lo que alcanzaban mis pensamientos. Cansada, satisfecha, y con la piel algo abrasada por la exposición al sol, recordaba la frase de la escritora Isak Dinesen: "Todo se cura con agua salada: con sudor, con lágrimas o con el mar". No había sudado ni llorado, pero empezaban a dolerme los brazos tras el ejercicio en el mar. Confiaba en que el efecto curativo iba a ser espectacular.
Mientras esperaba lo que había pedido, me entretenía escuchando el disco que sonaba. No sé si para amenizar a hipotéticos turistas, o porque tocaba esta sesión, pero tan pronto alternaba algún cantante francés, o italiano, posiblemente de los 80.
Mi mente viajó por un instante a la época en que escuchaba esas melodías en la radio.

Curiosamente, hace un rato, de vuelta a las comodidades del hogar, he vuelto a hacerlo. Lo de viajar a épocas musicales algo lejanas. Ya no me escuece la piel, ni veo el mar por la ventana (quizá en la lejanía, bajo las estrellas), pero paseando por otros lugares de este mundo virtual, he querido acercarme a la nostalgia, ésa que duele un poco cuando se te hunde en el pecho como un puñal impregnado de un veneno dulzón.

Gracias,Freddie. Gracias, chicos, por estar ahí cuando no sabía del poder curativo del sudor, ni de las lágrimas, ni del mar. Cuando sólo sabía dejar que mi mirada se perdiera más allá del horizoonte de mis pensamientos.

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