martes, 8 de marzo de 2011

Ruibaleando...

Hay gente con embrujo, y con esa cualidad de saber generar un nivel de atracción imparable.

Javier Ruibal a solas, en un bar tomando un café, o en el ascensor, tal vez sea un hombre callado y tímido. Una vez que ha bajado del escenario, cuando suelta de entre sus brazos las curvas de su guitarra, me da la sensación de que queda desarmado ante el cariño y la simpatía que enarbolamos sus admiradores al acercarnos. Hombre de pocas palabras, aunque precisas. Sencillo y amable, eso sí, sin aspavientos.

Pero en cuanto se convierte de nuevo en cantante, en músico ejerciendo ante su público... es irresistiblemente seductor. Derrocha arte por los cuatro costados y templa su voz aguda y potente que salpica las cuerdas de la guitarra, vibrando entre sus dedos...
El ritmo y la gracia se alían, la noche se vuelve mar cálido, la luna viene a arropar a la imaginación...

Imposible permanecer impasible.

El alma y el cuerpo se aparejan al vaivén de su canto. Para mí, que algún tipo de droga exquisita traída del desierto lejano, nos filtra a través del oído, y derrama su placentero veneno por los resquicios del alma.



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